La terapia regresiva, tal y como se conoce hoy en día, proviene de dos vertientes: por un lado, una tradición milenaria, de tratamiento de los males accediendo a las áreas más recónditas de la mente humana, y, por otro, la psicología moderna, concretamente la psicología transpersonal, que relacione esta ciencia con el alma o espíritu tal y como lo conciben diversas religiones.
La terapia regresiva se basa en la relajación como instrumento de diagnóstico, ya que este estado nos permite explorar los rincones más apartados de nuestra mente. Es un estado difícil de conseguir, porque se ha de estar consciente pero muy cercano al sueño, con el que logramos interrogar a nuestro espíritu sobre los problemas de nuestra personalidad. La terapia regresiva rastrea en nuestra pasado las huellas de los hechos que nos han conformado tal y como somos hoy. Este método de conocernos mejor a nosotros mismos nos ayudará a mejorar nuestra relación con los demás y rediseñar nuestra vida, descubriendo una creatividad que creíamos inexistente o perdida y recuperando un plan vital que habíamos olvidado, y que es el único que puede hacernos felices. Esta terapia consiste en una decena de sesiones, que servirán para empezar a resolver los intrincados problemas del alma.